Estamos destinados a buscarnos y encontrarnos siempre. Toparse con el alma gemela es como mirarse al espejo y verse
reflejado uno mismo en un gemelo, un otro yo, otra parte de mí,
idéntica. El espíritu, la esencia de cada persona, tiene un reflejo
perfecto en otra. El destino se confabula para posibilitar el
encuentro,
aunque a veces sea difícil reconocerla ya sea porque sus características
nos irritan, porque su situación no concuerda con la nuestra , porque vive a miles de kilómetros de distancia, o
simplemente aún no nos reconoce . El resto es cuestión de intuición, de
saber advertir las señales que esa persona y nuestra relación con ella
nos va dejando a cada paso a la espera de las que descifremos. Algunas
son externas, y otras sólo las sentiremos en nuestro interior, como una
certeza de que esa persona “es”, por mil razones que no seremos, quizás,
capaces de verbalizar. Podemos sentir algo especial por alguien, un
sentimiento que nadie más nos inspira, y aún así no reconocerla como
tal.
Si
se encuentra a
una persona del sexo opuesto con la que se siente que se logra un
desenvolvimiento espiritual que jamás se podría alcanzar por sí mismo
(a) , con quien se coincide en el gusto por los mismos temas, se
intercambian ideas constructivas y se busca en conjunto una elevación
cultural e intelectual; alguien con quien incentivarse
mutuamente, cuyo estado anímico se refleje en el de uno como en un
espejo, que llore sus lágrimas y ría su risa, con quien el buen humor
sea la tónica y la complementación perfecta, como
un todo único; alguien por quien se sienta atraído por una simpatía
arrolladora y una conciencia superior, donde a veces no existe la
necesidad de palabras pero sí la de conversaciones que duran horas,
donde ambos se escuchan con atención; una persona con quien se comparte
una
enorme voluntad por ayudar a las personas e incluso se produce una
atracción física y sexual, es posible que sea el alma gemela.