El tiempo es el gran reloj de arena. El ritmo lo marcas tú. En los buenos momentos el tiempo parece que no
existe, pero cuando bajas del vagón de la felicidad te das cuenta de que
se ha formado un gran castillo de arena a tus pies. Entonces es cuando
pides que el tiempo pase lento, quieres aprovechar hasta el más mínimo
segundo. Pero también cuando estamos haciendo algo que nos disgusta, no pasan los minutos ni las horas.
Con
un puñado de arena en mis manos, con el sol, el cielo y el mar, me paro
a pensar. El tiempo pasa
inevitablemente, más despacio o más deprisa, al igual que la arena
resbala entre mis dedos. Si hacemos caso a Einstein el tiempo es
relativo y un año para el astronauta en el universo son cientos de años
en la tierra. Por eso lo único que nos queda es llenar nuestra vida de
buenos momentos, que es cuando nos olvidamos del tiempo y su imparable
marcha.