Toda emoción es energía, porque toda emoción es una respuesta del
organismo para actuar frente a algo. Así, el miedo genera la energía
suficiente para huir frente a una amenaza. La rabia es increíblemente
poderosa; en forma de odio por ejemplo -que es su máxima expresión-,
puede llevar al crimen, a la guerra, etc. Los celos pueden tener a una
mujer despierta toda una noche. Y el amor puede hacer que una persona
enamorada pueda viajar miles de kilómetros, o esperar horas
interminables bajo la lluvia para ver a quien ama. Una vergüenza frente a
un grupo social puede llevar a esa persona a evitar por años volver al
mismo grupo, aunque lo desee con todas sus ganas. Y un amor altruista
puede llevar al sacrificio personal.
En casos extremos, el amor
maternal genera proezas increíbles. Una mujer cuyo hijo había quedado
atrapado debajo de un auto, tuvo la fuerza para levantar el vehículo y
sacar a su hijo. Cuando le pidieron que lo intentara nuevamente, ni
siquiera lo movió. Durante un incendio un dueño de casa sacó el
refrigerador para salvarlo; al día siguiente se necesitaron tres
personas para volver a entrarlo.
Aquellas personas que tienen poca
energía, que son apáticas, son precisamente personas que tienen poca
emocionalidad. Nunca se motivan, no se alegran ni “vibran” con nada, y
son apagadas. Puede que sean inteligentes y les vaya relativamente bien
en la vida, pero nunca han vivido de verdad. Hay también personas
extremadamente racionales, que no dan cabida en su vida a las emociones,
y tarde o temprano tienen problemas.
Opuestamente, hay también
quienes tienen un exceso de emocionalidad, y muestran gran energía, pero
sin saber manejarla o canalizarla adecuadamente. Estas personas son
como autos con un gran motor, pero sin un buen volante. Suelen no tener
contención, y no discriminan hacia dónde proyectarse. Al final, pese a
esa gran energía que les dan sus emociones, no logran nada concreto en
la vida.
Por curioso que sea, siendo las emociones tan importantes,
pues son las que entregan la energía a la vida, son todavía muy poco
comprendidas, y, peor aún, nunca se nos ha enseñado a manejarlas. Por
eso a veces causan tantos problemas, y por eso también es tan importante
el concepto de inteligencia emocional que se ha popularizado
últimamente. Este concepto clarifica varias cosas, empezando por
restablecer la verdadera importancia y el papel de las emociones en la
vida, mostrándonos la falacia que significa considerar al hombre como un
ser solamente racional.
La vida sin emociones estaría vacía. No
habría alegría, amor, contento… seríamos robots. Muy programados,
efectivos y eficaces, no cometeríamos errores, y seríamos quizás muy
hacendosos. Pero no solamente no tendríamos energía personal, sino
tampoco fuerza, vida ni “alma”.