En casos extremos, el amor maternal genera proezas increíbles. Una mujer cuyo hijo había quedado atrapado debajo de un auto, tuvo la fuerza para levantar el vehículo y sacar a su hijo. Cuando le pidieron que lo intentara nuevamente, ni siquiera lo movió. Durante un incendio un dueño de casa sacó el refrigerador para salvarlo; al día siguiente se necesitaron tres personas para volver a entrarlo.
Aquellas personas que tienen poca energía, que son apáticas, son precisamente personas que tienen poca emocionalidad. Nunca se motivan, no se alegran ni “vibran” con nada, y son apagadas. Puede que sean inteligentes y les vaya relativamente bien en la vida, pero nunca han vivido de verdad. Hay también personas extremadamente racionales, que no dan cabida en su vida a las emociones, y tarde o temprano tienen problemas.
Opuestamente, hay también quienes tienen un exceso de emocionalidad, y muestran gran energía, pero sin saber manejarla o canalizarla adecuadamente. Estas personas son como autos con un gran motor, pero sin un buen volante. Suelen no tener contención, y no discriminan hacia dónde proyectarse. Al final, pese a esa gran energía que les dan sus emociones, no logran nada concreto en la vida.
Por curioso que sea, siendo las emociones tan importantes, pues son las que entregan la energía a la vida, son todavía muy poco comprendidas, y, peor aún, nunca se nos ha enseñado a manejarlas. Por eso a veces causan tantos problemas, y por eso también es tan importante el concepto de inteligencia emocional que se ha popularizado últimamente. Este concepto clarifica varias cosas, empezando por restablecer la verdadera importancia y el papel de las emociones en la vida, mostrándonos la falacia que significa considerar al hombre como un ser solamente racional.
La vida sin emociones estaría vacía. No habría alegría, amor, contento… seríamos robots. Muy programados, efectivos y eficaces, no cometeríamos errores, y seríamos quizás muy hacendosos. Pero no solamente no tendríamos energía personal, sino tampoco fuerza, vida ni “alma”.